1.10.08

“Lo reconocieron al partir el pan” (Lucas 24, 35-48) Domingo 26 de Abril. 3º de Pascua

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P. Cristóbal Sevilla
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“Los discípulos (los de Emaús) contaron lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.
Mientras hablaban, se presentó Jesús en medio de su discípulos y les dijo:
-Paz a vosotros.
Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo:
-¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.
Dicho esto les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de cree por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:
-¿Tenéis ahí algo de comer?
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo:
-Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió:
-Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén”.

Este evangelio es continuación del episodio del encuentro de Jesús resucitado con los discípulos que regresan desanimados a su pueblo, a Emaus. Ellos le descubrieron al partir el pan, y ahora regresan llenos de alegría al Cenáculo, en donde están los demás. Jesús come con ellos igual que hacía antes de su pasión.
En los evangelios Jesús aparece muchas veces comiendo. En algunas comidas, Jesús es el invitado y él enseña, pero no es una enseñanza cualquiera, lo hace acogiendo (a María de Betania, Juan 12,1-8), invitándose el mismo (con Zaqueo, Lucas 19,8). Actitudes que hacen interrogarse a la gente.
Pero hay otras comidas, en donde el anfitrión es Jesús, es él mismo el que invita, y el que acoge. Estas comidas son muy importantes, pues se producen en momentos claves de su vida, y son el marco de las enseñanzas más importantes sobre el Reino de Dios. En estas comidas es Jesús siempre el que parte el pan.

-Jesús alimenta a la gente no sólo con su palabra sino también con el pan que él mismo les parte ((Marcos 6,41 y 8,7 y par).
-Jesús enseña que el Reino de Dios será como un banquete (Lucas 14,15//Mateo 22,1).
-Jesús come con pecadores y explica por qué (Marcos 2,17y par).
*Jesús celebra su última cena con sus discípulos partiéndoles el pan. Ya no lo volverá a comer hasta que... (Marcos 14,25 y par)
-Jesús resucitado parte el pan con sus discípulos: -Los discípulos de Emaús. -Pescando en el lago de Galilea (Lucas 24,29 y Juan 21,13).
- Los primeros cristianos parten también el pan recordando a Jesús (Hechos 2,46 y 1Corintios 11,26).

Las palabras de Jesús en la última cena con sus discípulos son el centro, y han sido fielmente transmitidas por la tradición de los Evangelios y por Pablo. Cuando Jesús las pronunció, los discípulos ya le habían visto partir el pan y pronunciar la oración de acción gracias. Lo que ocurre es que ahora Jesús dice que ese pan partido y ese vino son su cuerpo y su sangre. Y esto quedó grabado no sólo en la mente de aquellos testigos, sino también en su corazón. De tal manera que después de la resurrección ellos tenían claro que debían seguir reuniéndose para compartir el pan que era Jesús resucitado.

Meditar este texto supone preguntarnos por nuestra relación con Jesús resucitado a través de la eucaristía. En ella, los cristianos estamos llamados a vivir lo que realmente celebramos y adoramos, recogiendo también nosotros hoy esta tradición de la comida a la que Jesús nos invita. ¿Cómo?
-Discerniendo el cuerpo de Cristo. Es decir, siendo conscientes del pan que compartimos, y de la gracia que recibimos cuando comulgamos (1Corintios 11).
-La eucaristía, una escuela de Jesús. Esto nos tiene que ayudar a entender desde la fe que es Jesús quien está presente en la Eucaristía, quien nos invita, y quien alienta nuestra fe, con su palabra y con su pan de vida.
-Vivir la experiencia del cenáculo: en actitud de adoración e intercesión. En la escuela de María, pues ella supo reunir a los apóstoles en una oración unánime (omozumadón) en el Cenáculo. Nos podemos imaginar el hondo sentimiento de fe de María cuando escuchó de boca de Pedro y de los demás apóstoles las palabras de la Eucaristía, en aquellas primeras reuniones de la Iglesia apostólica.
Nuestras eucaristías tienen que recordar el Cenáculo, ese lugar en donde Jesús celebró su última cena, y en donde después se encontraron con él, resucitado. El lugar en donde recibieron la unción del Espíritu. Nuestra actitud debe ser como la de aquellos hombres y mujeres reunidos en el cenáculo, en oración y adoración, es decir, buscando el encuentro con Cristo resucitado, y pidiendo por el mundo: por la paz, por la unidad, por la justicia... pedimos que el cuerpo de Cristo nos convierta a toda la humanidad en un solo cuerpo.

Hagamos hoy la oración, como si estuviéramos en el Cenáculo:

“Señor Jesús, estamos aquí adorándote porque tú eres nuestro único Señor
y nuestro verdadero maestro.
Sabemos que tú estás presente alimentándonos con tu palabra y con tu pan de vida.
Que sepamos siempre discernir tu cuerpo como alimento y medicina
para nuestros cuerpos y nuestras almas.
Y que tu Espíritu nos una en un solo cuerpo: la Iglesia que tu quisiste,
para que así podamos dar al mundo el testimonio de la verdadera unidad”

En este Cenáculo, contemplamos esta verdad que hemos meditado: la eucaristía es fuente de vida cuando tratamos de vivir lo que celebramos. Por eso, contemplamos a Cristo resucitado como pan de vida.

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