P. Cristóbal Sevilla
“Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Él les proponía la Palabra.
Llegaron cuatro llevando un paralítico, y como no podían meterlo por el gentío, abrieron el tejado encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico.
Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico:
-Hijo, tus pecados quedan perdonados.
Unos letrados, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros:
-¿Por qué habla este así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados fuera de Dios?
Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo:
-¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico “tus pecados quedan perdonados” o decirle “levántate, coge la camilla y echa a andar”?
Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados...
Entonces le dijo al paralítico:
-Contigo hablo: levántate, coge tu camilla y vete a tu casa.
Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios diciendo:
-Nunca hemos visto una cosa igual”
Jesús estaba en casa de Simón y Andrés en Cafarnaún. “Proponía la Palabra”. No se trata de una palabra cualquiera, estaba proponiendo la Palabra de Dios. Estaba hablando de Dios, que es la palabra por excelencia, estaba mostrando a Dios. Lo que en el Antiguo Testamento Dios hace a través de la Palabra: crea y salva, lo manifiesta Jesús con su palabra y sus obras:
-Expulsa los demonios gracias al “dedo de Dios” (Ver Éxodo 8,15 y Salmo 8,4: el poder liberador y creador de Dios: Lucas 11,20//Marcos 3,22-30).
-Perdona los pecados: -¿Quién puede perdonar pecados fuera de Dios”
-Somete la naturaleza (el poder creador de Dios): -“Pues, ¿quién es este que hasta el viento y el mar le obedecen?” (Marcos 4,35-41); -¡Ánimo que soy yo, no temáis! (Camina sobre las aguas, Marcos 6,45-52)
Jesús acompaña esta Palabra con un signo: cura a un paralítico que le presentan. La palabra que le dirige a este hombre necesitado es: “Hijo, tus pecados quedan perdonados”. Esta palabra se manifiesta como evangelio, como buena noticia para el paralítico y todos los allí presentes, y también como profecía para todos nosotros, pues llegará un día en el que nadie dirá: “estoy enfermo, pues al pueblo le será perdonada su culpa” (Isaías 33,24). Esta profecía empieza ya a cumplirse con Jesús.
Algunos de los allí presentes acusan a Jesús de blasfemo, pues con su palabra y los hechos que acompañan a su palabra manifiesta el poder creador y salvador de Dios. No quieren aceptar que esto sea así. Estos pretendían conocer teóricamente a Dios, un conocimiento que ellos pudieran manejar a su antojo, pero no quieren abrir su corazón a la manifestación de Dios en Jesús.
Esta actitud de los letrados, que eran los doctos y entendidos del momento, contrasta con la del resto de la gente sencilla que al ver lo que hace Jesús y al escuchar su Palabra dan gloria a Dios, pues sienten que el poder de Dios se está manifestando en medio de su pueblo.
Para entender a Jesús necesitamos escuchar su Palabra con nuestro corazón, como hacía la gente que se agolpaba en torno a Él. El corazón es el lugar del entendimiento, de la toma de decisiones en la Biblia. Por eso, necesitamos meditar la Palabra con el corazón. Y Jesús es la Palabra. Por eso ponemos en él nuestro corazón y pedimos que el Espíritu Santo haga de nuestro corazón un corazón sencillo para aceptar la Palabra.
Señor, Dios nuestro, te doy gracias porque estoy aquí para escuchar tu palabra:
en ella tú nos muestras tu amor y nos haces conocer tu voluntad.
Haz callar dentro de mí todas las demás voces que no sean la tuya.
Manda tu Espíritu Santo a abrir mi mente y a curar mi corazón,
para que el encuentro con tu palabra sea un encuentro con tu hijo Jesucristo,
palabra hecha carne, y así lo conozca más y lo ame más. AMEN
Llegaron cuatro llevando un paralítico, y como no podían meterlo por el gentío, abrieron el tejado encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico.
Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico:
-Hijo, tus pecados quedan perdonados.
Unos letrados, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros:
-¿Por qué habla este así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados fuera de Dios?
Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo:
-¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico “tus pecados quedan perdonados” o decirle “levántate, coge la camilla y echa a andar”?
Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados...
Entonces le dijo al paralítico:
-Contigo hablo: levántate, coge tu camilla y vete a tu casa.
Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios diciendo:
-Nunca hemos visto una cosa igual”
Jesús estaba en casa de Simón y Andrés en Cafarnaún. “Proponía la Palabra”. No se trata de una palabra cualquiera, estaba proponiendo la Palabra de Dios. Estaba hablando de Dios, que es la palabra por excelencia, estaba mostrando a Dios. Lo que en el Antiguo Testamento Dios hace a través de la Palabra: crea y salva, lo manifiesta Jesús con su palabra y sus obras:
-Expulsa los demonios gracias al “dedo de Dios” (Ver Éxodo 8,15 y Salmo 8,4: el poder liberador y creador de Dios: Lucas 11,20//Marcos 3,22-30).
-Perdona los pecados: -¿Quién puede perdonar pecados fuera de Dios”
-Somete la naturaleza (el poder creador de Dios): -“Pues, ¿quién es este que hasta el viento y el mar le obedecen?” (Marcos 4,35-41); -¡Ánimo que soy yo, no temáis! (Camina sobre las aguas, Marcos 6,45-52)
Jesús acompaña esta Palabra con un signo: cura a un paralítico que le presentan. La palabra que le dirige a este hombre necesitado es: “Hijo, tus pecados quedan perdonados”. Esta palabra se manifiesta como evangelio, como buena noticia para el paralítico y todos los allí presentes, y también como profecía para todos nosotros, pues llegará un día en el que nadie dirá: “estoy enfermo, pues al pueblo le será perdonada su culpa” (Isaías 33,24). Esta profecía empieza ya a cumplirse con Jesús.
Algunos de los allí presentes acusan a Jesús de blasfemo, pues con su palabra y los hechos que acompañan a su palabra manifiesta el poder creador y salvador de Dios. No quieren aceptar que esto sea así. Estos pretendían conocer teóricamente a Dios, un conocimiento que ellos pudieran manejar a su antojo, pero no quieren abrir su corazón a la manifestación de Dios en Jesús.
Esta actitud de los letrados, que eran los doctos y entendidos del momento, contrasta con la del resto de la gente sencilla que al ver lo que hace Jesús y al escuchar su Palabra dan gloria a Dios, pues sienten que el poder de Dios se está manifestando en medio de su pueblo.
Para entender a Jesús necesitamos escuchar su Palabra con nuestro corazón, como hacía la gente que se agolpaba en torno a Él. El corazón es el lugar del entendimiento, de la toma de decisiones en la Biblia. Por eso, necesitamos meditar la Palabra con el corazón. Y Jesús es la Palabra. Por eso ponemos en él nuestro corazón y pedimos que el Espíritu Santo haga de nuestro corazón un corazón sencillo para aceptar la Palabra.
Señor, Dios nuestro, te doy gracias porque estoy aquí para escuchar tu palabra:
en ella tú nos muestras tu amor y nos haces conocer tu voluntad.
Haz callar dentro de mí todas las demás voces que no sean la tuya.
Manda tu Espíritu Santo a abrir mi mente y a curar mi corazón,
para que el encuentro con tu palabra sea un encuentro con tu hijo Jesucristo,
palabra hecha carne, y así lo conozca más y lo ame más. AMEN
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