P. Cristóbal Sevilla
Hoy, en este episodio de la curación del leproso, nos llama la atención el detalle de que Jesús pida al leproso curado que guarde en secreto quién le ha curado. El evangelio nos cuenta también que ante la ponderación de lo que contaba el leproso, Jesús prefiere quedarse a las afueras de los pueblos y aldeas y evitaba encontrarse con la gente que le buscaba.
Esta petición de secreto es algo en lo que Jesús va a insistir varias veces a lo largo del evangelio:
-A los demonios: “Pero él les mandaba enérgicamente que no le descubrieran” (3,12)
-A los enfermos que curaba: “Y les insistió mucho que nadie lo supiera” (5,43)
-A sus apóstoles: “Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos” (9,9)
Jesús quería dar a entender que su ser hijo de Dios y Mesías, no era de un modo triunfalista que podía derivar en malentendidos nacionalistas y belicistas en contra del poder romano. Él no busca ser un líder aclamado, ni encabezar ningún movimiento; no pretende fundar una nueva civilización, ni un sistema político, lo que él quería era mostrar con sus palabras y sus hechos la verdad de Dios. Por eso Él busca el encuentro personal, y huye de toda aclamación populista que lleve a la gente a malentendidos.
Jesús sabe que sólo a través del testimonio del sufrimiento y de la cruz le podían entender a él como Señor. Jesús sabía y quería hacer entender a los que le seguían, que hasta que no llegara el momento de la cruz no le entenderían plenamente, y que se formarían opiniones equivocadas sobre él.
¿Cómo meditar esta actitud de Jesús en nuestro corazón? Jesús nos quiere enseñar también a nosotros quién es, y para ello, en primer lugar, no debemos escandalizarnos de su cruz. Buscar un modo de ser cristiano que busque evadirse del testimonio de la vida diaria, dejando nuestra fe en Jesús sólo para los momentos de celebración o para de vez en cuando, es no entender realmente cómo nos puede salvar Jesús.
Hemos de aprender a confesar a Jesús, y a dar testimonio de la misericordia que Dios manifestó en Jesús, en la cotidianidad de nuestra vida, también en el sufrimiento, incomprensiones, presiones de este mundo...
San Pablo recoge en la carta a los Filipenses 2,6-11, un himno dedicado a Jesús como Señor y salvador, un himno que era ya conocido, pero que él aprovecha para invitar a aquellos cristianos a tener los mismos sentimientos que tuvo Jesús, y así poder entenderle mejor. A nosotros hoy nos sirve de oración:
“Jesucristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios; sino que se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres.
Y mostrándose en figura humana se humilló, se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte en cruz.
Por eso Dios lo exaltó y le concedió un nombre superior a todo nombre, para que ante el nombre de Jesús, toda rodilla se doble, en el cielo, la tierra y el abismo; y toda lengua confiese para gloria de Dios Padre: ¡Jesucristo es Señor!”
Contemplamos el rostro sufriente de Cristo en la cruz. Él nos muestra el amor y la misericordia de Dios.Esta contemplación nos lleva al misterio central de nuestra fe en Jesús. Jesús supo vivir su unión profunda con el Padre hasta el final, por eso, él es el cordero de Dios, el siervo sufriente que quita el pecado del mundo.
En Jesucristo, Dios en su misericordia, se hace hombre asumiendo el sufrimiento más radical, el abandono. Contemplando esto contemplamos la vida de Dios, y la salvación del mundo.
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