1.10.08

“El desierto de Jesús” (Marcos 1,12-15) DOMINGO 1 DE MARZO DE 2009. 1º de Cuaresma




“El Espíritu empujó a Jesús al desierto.
Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas y los ángeles le servían.
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar en Evangelio de Dios, decía:
-Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia.”

Que el desierto era importante para el antiguo pueblo de Israel es algo conocido por todos. Y esto no sólo por la geografía de la tierra palestina, con grandes extensiones desérticas, sino ante todo por su historia. Israel se formó como pueblo de Dios en el desierto, cuando volvía de la esclavitud de Egipto. Allí aprendió que no bastaba con salir físicamente de Egipto sino que tenía que salir también mentalmente y de corazón de la esclavitud.
En el desierto, el pueblo de Israel tuvo que aprender que su corazón y su mente eran del Dios que les sacó de Egipto, y que a partir de ahora no se debían dejar someter por ninguna tiranía. En este lugar, alejado de todo interés territorial y de toda ansia política y económica, el pueblo guiado por Moisés descubrió que su identidad como pueblo y su destino era ser el pueblo de Dios, no construir imperios, ni ejércitos, ...
El desierto fue para Israel un lugar de prueba, en donde aprendió, no sin gran esfuerzo y sacrificio, a ser un pueblo libre para cumplir su destino de pueblo de Dios, liberado de sus propios miedos y complejos (¡eran apenas unas pocas tribus nómadas!), y de la opresión de los demás reinos y sus tiranías.
A lo largo de la historia de Israel como pueblo, los profetas, ante la continua tentación de caer en la esclavitud propia (idolatría) o ajena (pactos con los otros pueblos) tuvieron que recordar continuamente cuál era su verdadera identidad como pueblo. Y en la predicación profética el desierto aparecía con frecuencia (Oseas 2; 11; 12; 13; Jeremías 2; 31; Ezequiel 20,35...).
Jesús, antes de iniciar su misión como Hijo de Dios y Salvador siente el impulso del Espíritu de ir al desierto. Y es que la misión de Jesús va a ser un nuevo Éxodo para todos nosotros, y en este nuevo Éxodo para nuestra liberación, Jesús realizará la Nueva y definitiva Alianza de Dios con su pueblo, que somos todos nosotros.

Meditar el desierto es darnos cuenta en primer lugar que la vida cristiana es un camino largo. Y en nuestra búsqueda de una espiritualidad auténtica y enraizada en Jesús lo primero que tenemos que preguntarnos es: ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, y ¿ante quién tengo que dar cuentas?
Por eso, cuando nos paramos a meditar, ayudados por las palabras de Jesús, y sobre todo en ciertos momentos fuertes como el que comenzamos ahora con la Cuaresma, tenemos que preguntarnos ante la misericordia de Dios, ¿cuál es nuestro camino?
El desierto de la renuncia, del silencio, de la oración..., aunque estemos en medio del ajetreo de la vida ciudadana nos ayuda a enderezar nuestro camino y a centrarnos más en Dios. Por eso, no tenemos miedo a la renuncia y al sacrificio; pues esto, para nosotros, no es ningún signo de debilidad y de perdedores, sino al contrario, de saber qué es lo más importante y a quién realmente queremos servir.
Toda liberación necesita un éxodo, una salida de la esclavitud, un ponerse en camino. Y todo éxodo necesita un desierto.

Descubrir el valor del desierto, es encontrar la importancia del abandono en Dios, es lo que encontró Charles de Foucauld. Rezamos con su oración del abandono:

Padre, me abandono a ti; Haz de mí lo que quieras,
Sea lo que sea, Te doy las gracias,
Lo acepto todo con tal que tu voluntad,
se cumpla en mí y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Padre. No deseo nada más.
Yo te ofrezco mi alma y te la doy con todo el amor de que soy capaz,
porque deseo darme, ponerme en tus manos,
sin medida, con infinita confianza.
Porque Tú eres mi Padre.

Nuestra contemplación hoy es una humilde mirada de abandono en quien de verdad podemos confiar. El desierto nos enseña a valorar qué es lo más importante.
A
P. Cristóbal Sevilla

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