21.12.08

“HOY OS HA NACIDO UN SALVADOR” La experiencia de la salvación de Cristo hoy



«¡Es verdad! ¡Es todo verdad! No son sólo palabras. Dios ha venido verdaderamente a nuestra tierra». Una conmoción inesperada me atravesó por completo en la última misa de Navidad, mientras sólo podía decir: «¡Gracias, Santísima Trinidad, y gracias también a ti, Santa Madre de Dios!»
La fe en Cristo nos libera de la necesidad de abrirnos paso, de evadir a cualquier coste nuestro límite para ser alguien; nos libera también de la envidia de los grandes, nos reconcilia con nosotros mismos y con nuestro lugar en la vida, nos da la posibilidad de ser felices y de estar plenamente realizados allí donde nos encontremos. «¡Y el Verbo se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros!» (Jn 1,14). Dios, el infinito, vino y viene continuamente hacia ti, allí donde estés. La venida de Cristo en la encarnación, mantenida viva en los siglos por la Eucaristía, hace de cada lugar el primer lugar. Con Cristo en el corazón uno se siente en el centro del mundo, incluso en el pueblo más perdido de la tierra. Esto explica por qué tantos creyentes, hombres y mujeres, pueden vivir ignorados por todos, desempeñar los oficios más humildes del mundo o hasta encerrarse en clausura y sentirse, en esta situación, las personas más felices y realizadas de la tierra. Una de estas claustrales, la beata María de Jesús Crucificado, conocida con el nombre de Pequeña Árabe por su origen palestino y su estatura menuda, al regresar a su sitio después de haber recibido la comunión, se le oía exclamar para sí, en voz baja: «Ahora tengo todo, ahora tengo todo». Hoy adquiere para nosotros un significado nuevo el hecho de que Cristo no haya venido en esplendor, poder y majestad, sino pequeño, pobre; que haya elegido por madre a «una humilde doncella», que no haya vivido en una metrópolis de la época, Roma, Alejandría o incluso Jerusalén, sino en una aldea perdida de Galilea, ejerciendo el humilde oficio de carpintero. En aquel momento el verdadero centro del mundo no estaba ni en Roma ni en Jerusalén, sino en Belén, «la más pequeña aldea de Judea», y después de ella en Nazaret, el pueblo del que se decía que «no podía salir nada bueno». Lo que decimos de la sociedad en general vale con mayor razón para nosotros, personas de Iglesia. La certeza de que Cristo está con nosotros dondequiera que estemos nos libera de la necesidad obsesiva de subir, hacer carrera, ocupar los puestos más elevados. Nadie puede decir que esté del todo exento de experimentar en sí tales sentimientos y deseos naturales (¡menos que menos los predicadores!), pero el pensamiento de Cristo nos ayuda al menos a reconocerlos y a luchar contra ellos para que jamás se conviertan en el motivo dominante de nuestra actuación. El fruto maravilloso de ello es la paz. En espera de proclamarlo públicamente, doblando la rodilla, la noche de Navidad, me permito invitar a todos a recitar ahora, el artículo de fe sobre Jesús. Es el más bello regalo que podemos hacer a Cristo que viene, el que siempre buscaba en vida. También hoy Él pregunta a sus más íntimos colaboradores: «¿Vosotros quién creéis que soy yo?». Y nosotros, alzándonos en pié, respondemos: Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre.¡Feliz Navidad a todos!.
Predicación de Navidad del P. Rainiero Cantalamessa

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