1.10.08
La Ascensión del Señor. Marcos 16,15-20 Domingo 24 de Mayo.
P. Cristóbal Sevilla
a
"El Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban”
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: "Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos." Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.
Leemos este domingo el final del evangelio de Marcos. Jesús resucitado, después de haberse aparecido a María Magdalena y a los once apóstoles, les envía a la misión de anunciar el evangelio por todo el mundo. Después de hablar con ellos de esta misión Jesús resucitado asciende al cielo para estar sentado a la derecha de Dios Padre, dejándoles su presencia a través del Espíritu. Esta misión encargada a los discípulos tiene que tener en cuenta lo siguiente:
1. Se trata de una misión universal. Tiene que llegar a toda la creación. La resurrección de Jesús es la gran Buena Noticia que Dios tenía que decir a la humanidad, en cuanto que ya no somos nosotros los que tenemos que ganarnos el favor divino haciendo más o menos cosas, sino que Dios, al resucitar a Jesús, nos asocia también a su resurrección. Dios lo ha hecho todo por nosotros a través de Jesucristo.
2. A los discípulos, y por extensión a nosotros, nos toca dar testimonio de la Resurrección, anunciar esta verdad. Sólo desde la fuerza que emana de la gran noticia de la Resurrección podemos entender el primer anuncio cristiano y la primera expansión del cristianismo por todo el orbe de aquel entonces y que era todo el entorno del mediterráneo. El secreto de este primer anuncio no estuvo en la capacidad o en la elocuencia de aquellos primeros misioneros sino en la presencia de Cristo resucitado a través de su Espíritu. Él se encargaba de confirmar la palabra que los discípulos anunciaban y de acompañar esta palabra con signos que hablaban de la salvación. Esta palabra anunciada era Cristo mismo.
3. El reinado de Jesucristo a la derecha de Dios Padre nos habla del reino que nos espera. Estamos en el mundo pero no pertenecemos al mundo. La ascensión de Jesús no hace elevar nuestros ojos al cielo manteniendo los píes en la tierra.
Estas palabras de Jesús seguían resonando y estando vivas en el momento en que se escriben estos evangelios. Las comunidades cristianas que están detrás están viviendo en estos primeros momentos de la Iglesia la fuerza y la vida de la presencia de Jesús en medio de no pocas dificultades y problemas. Sin esta certeza aquellos primeros cristianos no habrían hecho nada.
Meditar este evangelio significa sentirnos nosotros también hoy como aquellos discípulos a los que Jesús resucitado envió antes de su ascensión. Nuestra fe es en primer lugar confianza en Jesucristo y en su resurrección. Esto nos lleva a preguntarnos con sinceridad si Jesús sigue entre nosotros. Sólo desde el don de la fe podemos entender y vivir esto. Hemos de pedir con sencillez y con el corazón abierto la misericordia de Dios a través de Jesús, para que Él nos haga sentir su presencia.
¿Qué situaciones nos están haciendo dudar en este momento de la presencia de Cristo?
-El mundo en el que vivimos: ¿dónde están los signos de su presencia?, ¿Ha mejorado nuestro mundo?
-Nuestra Iglesia: ¿dónde están las huellas de la presencia de Jesús después de 2000 años? Está claro que esta promesa de Jesús no es una fórmula mágica. Nuestra larga historia de cristianismo se encarga de recordárnoslo.
Si queremos recuperar la fuerza y la vida de esta promesa de Jesús tenemos que ponernos en camino buscando su presencia en:
-La oración. Constante y paciente, que nos hace buscar y adorar a Dios en “Espíritu y en verdad”. Una oración en donde las palabras de Jesús y sus hechos siempre están presentes. Una oración que no nos separe de este mundo, que no sea una huída, sino que traiga siempre a nuestro corazón los sufrimientos de nuestro mundo y de los que nos rodean.
-La comunión con los hermanos. En donde buscamos ser Iglesia buscando en todo momento la unidad de todos los que tratamos de seguir a Jesús, y también la compañía sincera de aquellos que aunque no creyendo en Cristo buscan un mundo más justo.
-La misericordia, la consolación. El problema no es sufrir sino hacerlo sin misericordia. Hay quien comienza a negar la presencia de Cristo cuando se encuentra de frente con el dolor y el sufrimiento. Cuando no somos capaces de crecer viviendo y experimentando la misericordia de Dios, entonces, creemos que estamos condenados siempre al mal y que no hay ninguna solución para vencer ese mal que noto en mí, en el mundo, y en los que me rodean. Es una forma de desesperación que acaba negando la presencia de Cristo.
Los que a lo largo de esta historia de cristianismo han conseguido animar su vida con la presencia de Jesús lo han hecho principalmente dando testimonio de la misericordia de Dios a través de sus palabras, haciendo que éstas cobraran vida.
Pero para abrirse a esta misericordia de Dios y así dejarle actuar en nuestras vidas necesitamos convertir nuestros corazones de piedra en corazones de carne. Se trata de no dejar ningún ámbito de nuestra vida lejos de la presencia de Dios, de abrirnos interiormente con sinceridad y sencillez.
¿No debe ser éste nuestro cometido como Iglesia de Cristo? El transmitir a través de los sacramentos, enseñanzas, denuncias proféticas, testimonios de vida... esta misericordia de Dios a través de Jesús.
Se lo pedimos a Jesús como Señor en la oración.
“Oh Señor Jesús, que la misericordia que encontramos
en tus palabras y hechos nos acompañe para que no desesperemos de tu presencia.
Transforma tú nuestro corazón, Señor, para que nos volvamos hacía Ti con sinceridad,
y así poder sentir la cercanía de tu presencia que tú mismo nos prometiste”
Que esta oración nos abra a la contemplación de la misericordia de Dios manifestada en Jesús. Y que esta verdad que contemplamos sea nuestro mayor motivo de confianza. Este es el don de la fe del que hablábamos al principio.
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