P. Cristobal Sevilla
a
"Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos"
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros”.
Seguimos en el contexto de las palabras de Jesús durante la última cena. Son unas palabras que miran al futuro de los discípulos. Jesús nos dice que él y el Padre forman una comunión de amor, y que nosotros debemos vivir unidos a Jesús, igual que el sarmiento a la vid, para así dar fruto. Y el fruto que debemos dar es precisamente el “amor”. En el evangelio de San Juan encontramos mucho esta palabra “amor”.
No a todo lo que se le llama hoy amor se corresponde con este “amor” en sentido cristiano. Por eso tenemos que saber qué es lo que queremos decir los cristianos cuando decimos “amor”.
Se trata de un amor que nos une en primer lugar con nosotros mismos. Transforma nuestro corazón de piedra en un corazón de carne abierto y generoso, que no se deja engañar ni seducir por las manipulaciones de este mundo. Este amor, como viene de Dios, no deja que el pecado nos aprisione y que nos quedemos encerrados en nuestros propios sentimientos, sino que continuamente nos abre a la aceptación de nosotros mismos como hijos de Dios. Descubrimos que el perdón es la mejor medicina para curar las heridas que en nosotros deja el pecado.
En segundo lugar este “amor” nos une con nuestro prójimo. Nos empuja a buscar la justicia, la paz, la concordia. Y esto no de un modo teórico sino en el empeño diario de darnos a los demás. Buscamos unas relaciones no basadas en el interés del doy para que me des, sino basadas en el respeto que toda persona me merece como criatura de Dios. Este amor se tiene que manifestar especialmente entre todos los que nos llamamos cristianos, pues de esta manera construimos el verdadero cuerpo de Cristo.
Y en tercer lugar, este “amor” nos une a Dios que es la fuente de donde mana este amor. Nos abrimos a Dios a través de la oración y buscamos vivir con fe, esperanza y caridad.
Todos estamos llamados a vivir este amor. En el matrimonio este es el amor verdadero, el amor que hace que un matrimonio dure toda la vida, el amor que da sentido también al amor erótico, y que poco a poco, conforme va disminuyendo este amor erótico, se va transformando en un amor que es respeto, cariño, amistad auténtica, fidelidad, sacrificio por los hijos... Es el amor que hace que la pasión, aunque disminuya, no desaparezca nunca, porque los dos saben, que siempre habrá algo más importante, y esta es la mejor manera de mantener también este amor y su pasión.
Es el amor que se manifiesta en la entrega, en el sacrificio de un sacerdote, de un misionero, de una monja... Es el amor que se deja ver también en los enfermos que saben vivir su enfermedad sin amarguras ni maldiciones. Es el amor que descubren también algunas personas solteras que por no haber encontrado o por otra circunstancias, buscan el sentido de su vida, no en aventuras pasajeras, ni encerrándose en la soledad ni en la tristeza, sino en el servicio y en la entrega a Dios.
Pedimos desde la intimidad de nuestra oración que estas palabras de Jesús se hagan realidad también en nosotros y así podamos entrar en la intimidad de Jesús. La oración la dirigimos al Padre en nombre de Jesús, tal como el mismo Jesús nos lo pide.
“Dios Padre nuestro que manifestaste tu amor para con nosotros en tu hijo Jesucristo,
que tu Espíritu nos ayude a vivir unidos a Jesucristo a través de este amor”. AMEN
Que la contemplación de esta verdad que Jesús nos enseña nos llene de alegría y paz, para que vivamos el amor de Dios en nuestras vidas. Este es el trabajo que tenemos que dejar hacer al Espíritu Defensor, que nos muestre el amor de Dios Padre a través de Jesucristo.
"Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos"
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros”.
Seguimos en el contexto de las palabras de Jesús durante la última cena. Son unas palabras que miran al futuro de los discípulos. Jesús nos dice que él y el Padre forman una comunión de amor, y que nosotros debemos vivir unidos a Jesús, igual que el sarmiento a la vid, para así dar fruto. Y el fruto que debemos dar es precisamente el “amor”. En el evangelio de San Juan encontramos mucho esta palabra “amor”.
No a todo lo que se le llama hoy amor se corresponde con este “amor” en sentido cristiano. Por eso tenemos que saber qué es lo que queremos decir los cristianos cuando decimos “amor”.
Se trata de un amor que nos une en primer lugar con nosotros mismos. Transforma nuestro corazón de piedra en un corazón de carne abierto y generoso, que no se deja engañar ni seducir por las manipulaciones de este mundo. Este amor, como viene de Dios, no deja que el pecado nos aprisione y que nos quedemos encerrados en nuestros propios sentimientos, sino que continuamente nos abre a la aceptación de nosotros mismos como hijos de Dios. Descubrimos que el perdón es la mejor medicina para curar las heridas que en nosotros deja el pecado.
En segundo lugar este “amor” nos une con nuestro prójimo. Nos empuja a buscar la justicia, la paz, la concordia. Y esto no de un modo teórico sino en el empeño diario de darnos a los demás. Buscamos unas relaciones no basadas en el interés del doy para que me des, sino basadas en el respeto que toda persona me merece como criatura de Dios. Este amor se tiene que manifestar especialmente entre todos los que nos llamamos cristianos, pues de esta manera construimos el verdadero cuerpo de Cristo.
Y en tercer lugar, este “amor” nos une a Dios que es la fuente de donde mana este amor. Nos abrimos a Dios a través de la oración y buscamos vivir con fe, esperanza y caridad.
Todos estamos llamados a vivir este amor. En el matrimonio este es el amor verdadero, el amor que hace que un matrimonio dure toda la vida, el amor que da sentido también al amor erótico, y que poco a poco, conforme va disminuyendo este amor erótico, se va transformando en un amor que es respeto, cariño, amistad auténtica, fidelidad, sacrificio por los hijos... Es el amor que hace que la pasión, aunque disminuya, no desaparezca nunca, porque los dos saben, que siempre habrá algo más importante, y esta es la mejor manera de mantener también este amor y su pasión.
Es el amor que se manifiesta en la entrega, en el sacrificio de un sacerdote, de un misionero, de una monja... Es el amor que se deja ver también en los enfermos que saben vivir su enfermedad sin amarguras ni maldiciones. Es el amor que descubren también algunas personas solteras que por no haber encontrado o por otra circunstancias, buscan el sentido de su vida, no en aventuras pasajeras, ni encerrándose en la soledad ni en la tristeza, sino en el servicio y en la entrega a Dios.
Pedimos desde la intimidad de nuestra oración que estas palabras de Jesús se hagan realidad también en nosotros y así podamos entrar en la intimidad de Jesús. La oración la dirigimos al Padre en nombre de Jesús, tal como el mismo Jesús nos lo pide.
“Dios Padre nuestro que manifestaste tu amor para con nosotros en tu hijo Jesucristo,
que tu Espíritu nos ayude a vivir unidos a Jesucristo a través de este amor”. AMEN
Que la contemplación de esta verdad que Jesús nos enseña nos llene de alegría y paz, para que vivamos el amor de Dios en nuestras vidas. Este es el trabajo que tenemos que dejar hacer al Espíritu Defensor, que nos muestre el amor de Dios Padre a través de Jesucristo.
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