P.Cristóbal Sevilla
a
"El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante"
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos."
Estas palabras de Jesús forman parte del adiós que dirige a sus discípulos durante la última cena. Son palabras sosegadas, desde la intimidad del corazón de Jesús, en donde está el Padre. Por eso, nosotros tenemos que escucharlas o leerlas también desde el corazón.
Cuando leemos los evangelios, meditando con nuestra inteligencia y ayudados por buenas enseñanzas, entonces abrimos nuestro corazón y nuestro espíritu al diálogo con Dios, manifestado como Padre, como Hijo en Jesús, y como Espíritu. De esta manera, podemos orar con cualquier texto de los evangelios, y contemplar la verdad de Dios en las palabras y en los hechos de Jesús.
Jesús dice que es necesario estar unidos a él, a través de su palabra, para poder participar de su salvación. La imagen que usa es muy conocida en la Biblia, la vid y los sarmientos (Os 10,1; Jer 2,21; Is 5,27; Sal 80,9), pues los profetas la utilizaron para expresar la relación de Dios con su pueblo desde que lo sacó de la esclavitud de Egipto. En esto textos de los profetas se resalta que la viña fue plantada por Dios en un lugar inhóspito como es el desierto, o en tierra difícil, lo cual suponía un esfuerzo mayor por parte del Dios agricultor. De esta manera los profetas expresaban la difícil historia de Israel y también la imprescindible relación con Dios a través de la alianza para subsistir como pueblo.
Meditar estas palabras de Jesús desde esta imagen de la vid y los sarmientos nos lleva a preguntarnos por nuestra relación con Él a través de su palabra. Las palabras de Jesús que meditamos son para nosotros como la savia que pasa de la vid a los sarmientos. Sin esta savia los sarmientos terminan por secarse y ya no pueden dar fruto. Lo mismo nos ocurre a nosotros si no nos unimos a Jesús a través de su Palabra. Nuestra fe no es mágica, ni se fundamenta en primer lugar en nuestras obras, o en nuestros ritos. Nuestra fe es ante todo una unión de vida con Jesús. De esta relación saldrán nuestras obras, y nuestro culto será en “espíritu y en verdad” (Juan 4,24).
“Señor Jesús,
que en tu resurrección hiciste gustar a los tuyos de la verdad de Dios,
danos hoy la paciencia necesaria para buscar tu paz,
y así, guiados por El Espíritu Defensor,
podamos vivir unidos a Ti como el sarmiento a la vid,
meditando tu palabra, contemplando tu verdad,
y cumpliendo tus mandamientos con el amor que Tú nos mostraste”. AMÉN.
Con esta meditación y oración, nuestra contemplación de la verdad de Dios y de la vida que se manifiesta en ella es bien sencilla. Recordamos lo que dice San Pablo a los Colosenses (3,3): “Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”.
"El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante"
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos."
Estas palabras de Jesús forman parte del adiós que dirige a sus discípulos durante la última cena. Son palabras sosegadas, desde la intimidad del corazón de Jesús, en donde está el Padre. Por eso, nosotros tenemos que escucharlas o leerlas también desde el corazón.
Cuando leemos los evangelios, meditando con nuestra inteligencia y ayudados por buenas enseñanzas, entonces abrimos nuestro corazón y nuestro espíritu al diálogo con Dios, manifestado como Padre, como Hijo en Jesús, y como Espíritu. De esta manera, podemos orar con cualquier texto de los evangelios, y contemplar la verdad de Dios en las palabras y en los hechos de Jesús.
Jesús dice que es necesario estar unidos a él, a través de su palabra, para poder participar de su salvación. La imagen que usa es muy conocida en la Biblia, la vid y los sarmientos (Os 10,1; Jer 2,21; Is 5,27; Sal 80,9), pues los profetas la utilizaron para expresar la relación de Dios con su pueblo desde que lo sacó de la esclavitud de Egipto. En esto textos de los profetas se resalta que la viña fue plantada por Dios en un lugar inhóspito como es el desierto, o en tierra difícil, lo cual suponía un esfuerzo mayor por parte del Dios agricultor. De esta manera los profetas expresaban la difícil historia de Israel y también la imprescindible relación con Dios a través de la alianza para subsistir como pueblo.
Meditar estas palabras de Jesús desde esta imagen de la vid y los sarmientos nos lleva a preguntarnos por nuestra relación con Él a través de su palabra. Las palabras de Jesús que meditamos son para nosotros como la savia que pasa de la vid a los sarmientos. Sin esta savia los sarmientos terminan por secarse y ya no pueden dar fruto. Lo mismo nos ocurre a nosotros si no nos unimos a Jesús a través de su Palabra. Nuestra fe no es mágica, ni se fundamenta en primer lugar en nuestras obras, o en nuestros ritos. Nuestra fe es ante todo una unión de vida con Jesús. De esta relación saldrán nuestras obras, y nuestro culto será en “espíritu y en verdad” (Juan 4,24).
“Señor Jesús,
que en tu resurrección hiciste gustar a los tuyos de la verdad de Dios,
danos hoy la paciencia necesaria para buscar tu paz,
y así, guiados por El Espíritu Defensor,
podamos vivir unidos a Ti como el sarmiento a la vid,
meditando tu palabra, contemplando tu verdad,
y cumpliendo tus mandamientos con el amor que Tú nos mostraste”. AMÉN.
Con esta meditación y oración, nuestra contemplación de la verdad de Dios y de la vida que se manifiesta en ella es bien sencilla. Recordamos lo que dice San Pablo a los Colosenses (3,3): “Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”.
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