1.10.08

Domingo 29 de Marzo. 5º de cuaresma (Juan 12, 20-33)

P. Cristóbal Sevilla
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"Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto"
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En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: "Señor, quisiéramos ver a Jesús." Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó: "Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará.
Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre." Entonces vino una voz del cielo: "Lo he glorificado y volveré a glorificarlo." La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo: "Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí." Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.


Estamos en el contexto de las palabras de Jesús entre la entrada en Jerusalén y la última cena. Jesús presiente que su pasión y muerte están cerca y trata de que sus discípulos y todos aquellos que se acercan a él entiendan el verdadero significado de lo que va a ocurrir en Jerusalén. La escena del evangelio de este domingo nos muestra a unos extranjeros que piden al apóstol Felipe ver a Jesús y conocerle personalmente.
Lo que hacen estos extranjeros es lo mismo que hacen el apóstol Pedro y el apóstol Natanael al principio de este evangelio. Han oído hablar de Jesús y quieren conocerle. Andrés se lo cuenta a su hermano Pedro, y Felipe se lo cuenta a Natanael.
Jesús se va a presentar a ellos anunciando que ya ha llegado su hora, es decir, la hora de su entrega en la cruz por todos, no sólo por los judíos, sino también por todos los que no lo son.
Las palabras de Jesús en este evangelio son una reflexión personal de Jesús hecha en voz alta delante de sus discípulos y de estos extranjeros que han venido a conocerle. En esta reflexión vemos como Jesús es dueño de su propio destino, en comunión de vida con Dios Padre. A Jesús no le quitan la vida, sino que la entrega para nuestra salvación. Su vida es como el grano de trigo que muere para dar fruto. Esta entrega viene confirmada por el Padre, el cual, en unidad con su Hijo Jesús, manifiesta a través de la voz que Jesús será glorificado, es decir, resucitará y manifestará la gloria de Dios.
Jesús se siente profundamente conmovido por su destino. Él no es ningún superhombre, ni ningún héroe que afronta la muerte de manera fría y desafiante. Jesús se siente lleno de angustia y reacciona de manera realmente humana: “ahora mi alma está agitada”.
El Evangelio de San Juan tiene este modo peculiar de redactar los acontecimientos de la pasión. A diferencia de los otros evangelios no se fija tanto en los acontecimientos cuanto en las palabras de Jesús. San Juan trata de sacar toda la vida de estas palabras, todo su significado.

Meditando estas palabras de Jesús nos damos cuenta de que el destino de Jesús también es el nuestro. Él mismo lo dice: “donde esté yo, allí también estará mi servidor”. Tenemos que hacer como el grano de trigo que es sembrado: morir para convertirse en espiga y dar fruto. Lo que Jesús nos pide es una actitud de desprendimiento y de entrega como él mismo la tuvo. Si en este mundo se valora el éxito, el dinero, el consumo, ¿cómo podemos los cristianos hablar de estas cosas siendo creíbles? Creo que no se trata tanto de hablar cuanto de testimoniar, sabemos que el cristianismo es duro cuando luchamos contra estas cosas, y por eso tenemos que buscar el apegarnos a Jesús a través de su gracia, dispensada en la vida de oración, en los sacramentos, en su palabra.

San Juan contempla a Jesús desde el misterio de Dios. Un Dios que él ha podido contemplar en Jesucristo y su enseñanza, y que ahora escribe para sus hermanos, y también para todos nosotros. Por eso, este evangelio nos ayuda especialmente a orar y contemplar a Jesús.


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