P. Cristóbal Sevilla
Primera lectura: Hechos 9, 1-22:
“Yo soy Jesús, a quien tú persigues”
Segunda Lectura: I Corintios 7,29-31:
"La representación de este mundo se termina"
Evangelio: Marcos 16,15-18:
"Convertíos y creed en el Evangelio"
En este año jubilar paulino celebramos este domingo la solemnidad de la conversión de San Pablo. Encontramos en el libro de los Hechos de los Apóstoles por tres veces este acontecimiento de la conversión de San Pablo (Hech 9,1-19; 22,5-16 y 26,9-18), esto nos lo cuenta San Lucas, compañero de San Pablo y autor inspirado del libro de los Hechos. El mismo San Pablo nos resume lo que le ocurrió en la Carta a los Gálatas (1,11-24).
San Pablo nos habla de cómo siendo un perseguidor de los cristianos en virtud de su celo judío, de pronto, llegando a Damasco, tuvo un encuentro con Jesús Resucitado. Este encuentro le hizo descubrir en primer lugar su verdadero ser judío. Descubre, al igual que su paisano de la tribu de Benjamín, el profeta Jeremías, que el Señor se había fijado en él por pura gracia desde el seno de su madre (Gal 1, 15 y Jer 1,5). ). Es bueno recordar que Pablo va a compartir algo importante con Jeremías: los dos son célibes y ponen sus vidas al servicio total de la Palabra de Dios. Esta experiencia de la gracia le lleva a descubrir cómo un judío puro y fiel como él lo ha sido hasta ahora, de repente encuentra que lo más importante desde el Dios de Israel es la fe en Cristo y su resurrección (Filp 3,5-11).
Lo segundo que descubre en su experiencia de Damasco es que está llamado a llevar el evangelio de Cristo a los gentiles, a los que no son de fe judía. Su conversión es ante todo el descubrimiento de su vocación, lo que el Dios de Israel quiere de él en estos momentos. San Pablo, con esta misión, no va a hacer otra cosa más que cumplir lo que había pedido Dios seis siglos antes a través del segundo Profeta Isaías (40-55) que fuera Israel: alianza de los pueblos y luz de las naciones. San Pablo madura esta vocación en una experiencia de desierto en Arabia que duró tres años. Más tarde contrastó esta experiencia con San Pedro en Jerusalén, y lo más importante, encontró a través de Bernabé, una comunidad en donde compartir y vivir su fe con otros hermanos: la comunidad de Antioquia. Desde esta comunidad, y con el respaldo y la oración de los hermanos de esta comunidad, emprendió Pablo, junto con Bernabé, su primer viaje misionero. A esta comunidad regresa y comparte con ellos, en espíritu de oración, los frutos y fatigas de esta misión.
La misión de San Pablo llegó en primer lugar a algunas familias, tal como nos lo cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles: 16,15 (Lidia y su familia en Filipos); 16,31-34 (El carcelero de Filipos y su familia); 18,81 (Crispo, el jefe de la Sinagoga de Corinto y su familia). Y San Pablo encontró el apoyo necesario y la colaboración en algunas familias: Rm 16,11 (la familia de Narciso); 1 Cor 1,16; 16,15 (la familia de Esteban); 1 Cor 16,19 (Áquila y Priscila), que hicieron de sus casas iglesias domésticas. Por eso, cuando San Pablo hablaba de la Iglesia de Cristo decía que “ya no somos extranjeros ni huéspedes sino que somos miembros de la familia de Dios” (Ef 2,19).
Pedimos al Señor que suscite familias que hagan de sus hogares iglesias domésticas, lugares de oración, de compartir, de crecimiento humano y espiritual. Pedimos que el espíritu misionero de San Pablo se renueve en la Iglesia de nuestros días, y que sean muchas las familias que se unan a esta misión de anunciar a Cristo resucitado como vida para este mundo, siendo lo que tienen que ser: familias.
En este año jubilar paulino celebramos este domingo la solemnidad de la conversión de San Pablo. Encontramos en el libro de los Hechos de los Apóstoles por tres veces este acontecimiento de la conversión de San Pablo (Hech 9,1-19; 22,5-16 y 26,9-18), esto nos lo cuenta San Lucas, compañero de San Pablo y autor inspirado del libro de los Hechos. El mismo San Pablo nos resume lo que le ocurrió en la Carta a los Gálatas (1,11-24).
San Pablo nos habla de cómo siendo un perseguidor de los cristianos en virtud de su celo judío, de pronto, llegando a Damasco, tuvo un encuentro con Jesús Resucitado. Este encuentro le hizo descubrir en primer lugar su verdadero ser judío. Descubre, al igual que su paisano de la tribu de Benjamín, el profeta Jeremías, que el Señor se había fijado en él por pura gracia desde el seno de su madre (Gal 1, 15 y Jer 1,5). ). Es bueno recordar que Pablo va a compartir algo importante con Jeremías: los dos son célibes y ponen sus vidas al servicio total de la Palabra de Dios. Esta experiencia de la gracia le lleva a descubrir cómo un judío puro y fiel como él lo ha sido hasta ahora, de repente encuentra que lo más importante desde el Dios de Israel es la fe en Cristo y su resurrección (Filp 3,5-11).
Lo segundo que descubre en su experiencia de Damasco es que está llamado a llevar el evangelio de Cristo a los gentiles, a los que no son de fe judía. Su conversión es ante todo el descubrimiento de su vocación, lo que el Dios de Israel quiere de él en estos momentos. San Pablo, con esta misión, no va a hacer otra cosa más que cumplir lo que había pedido Dios seis siglos antes a través del segundo Profeta Isaías (40-55) que fuera Israel: alianza de los pueblos y luz de las naciones. San Pablo madura esta vocación en una experiencia de desierto en Arabia que duró tres años. Más tarde contrastó esta experiencia con San Pedro en Jerusalén, y lo más importante, encontró a través de Bernabé, una comunidad en donde compartir y vivir su fe con otros hermanos: la comunidad de Antioquia. Desde esta comunidad, y con el respaldo y la oración de los hermanos de esta comunidad, emprendió Pablo, junto con Bernabé, su primer viaje misionero. A esta comunidad regresa y comparte con ellos, en espíritu de oración, los frutos y fatigas de esta misión.
La misión de San Pablo llegó en primer lugar a algunas familias, tal como nos lo cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles: 16,15 (Lidia y su familia en Filipos); 16,31-34 (El carcelero de Filipos y su familia); 18,81 (Crispo, el jefe de la Sinagoga de Corinto y su familia). Y San Pablo encontró el apoyo necesario y la colaboración en algunas familias: Rm 16,11 (la familia de Narciso); 1 Cor 1,16; 16,15 (la familia de Esteban); 1 Cor 16,19 (Áquila y Priscila), que hicieron de sus casas iglesias domésticas. Por eso, cuando San Pablo hablaba de la Iglesia de Cristo decía que “ya no somos extranjeros ni huéspedes sino que somos miembros de la familia de Dios” (Ef 2,19).
Pedimos al Señor que suscite familias que hagan de sus hogares iglesias domésticas, lugares de oración, de compartir, de crecimiento humano y espiritual. Pedimos que el espíritu misionero de San Pablo se renueve en la Iglesia de nuestros días, y que sean muchas las familias que se unan a esta misión de anunciar a Cristo resucitado como vida para este mundo, siendo lo que tienen que ser: familias.
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