13.3.09

¿FAMILIAS DURMIENTES O FAMILIAS INVENCIBLES?

+ Manuel Sánchez Monge
Obispo de Mondoñedo - Ferrol

Entre las familias oficialmente cristianas, abundan las familias ‘durmientes’. Hacen como que no se enteran de los problemas que tienen en casa y, ante los ataques del laicismo combativo que padecemos, aguardan pasivamente tiempos mejores. No saben lo que se pierden. Porque vivir una buena relación como esposos, desde la perspectiva humana, es algo muy gratificante. Y si añades la perspectiva de la fe, resulta algo maravilloso. El diálogo sincero y abierto entre los esposos adquiere horizontes nuevos cuando son conscientes de que no dialogan solos. Cristo les acompaña y han de estar atentos para captar lo que El les quiere decir a través del otro. Educar a los hijos, con todas las dificultades que tiene esta empresa, se convierte en una gozada cuando se les ve como un regalo de Dios y cuando los esposos se sienten llamados a colaborar con el Señor para ayudarles a ser, no sólo personas íntegramente desarrolladas, sino hijos de Dios en camino hacia su plenitud.

No necesita la Iglesia solamente gente buena. Necesita hombres y mujeres fuertes y recios. No matrimonios con las manos caídas y los ojos abatidos. Necesitamos tener más en cuenta las virtudes que los defectos y lanzarnos a la aventura de vivir lo que anunciamos y anunciar lo que vivimos. De lo contrario, no seríamos más que rebaño de débiles, mediocres receptores de un carisma que no merecíamos. La Iglesia necesita familias inasequibles al desaliento

Las familias cristianas están llamadas a vivir intensamente la espiritualidad familiar. A llevar hasta el límite las promesas bautismales, a vivir la ayuda mutua y dar así testimonio de lo que creen. Apostar fuerte por llevar adelante las propias convicciones, pretender la santidad viviendo en familiar no es precisamente espiritualismo. Ahora bien, para vivir así, no valen mediocridades. Por otra parte, no se trata exclusivamente de esfuerzos humanos casi heroicos. El poder de Dios se manifiesta cuando el hombre reconoce su propia debilidad. Lo que no obsta para que a la tierra prometida del gozo y la felicidad familiar sólo se llegue cruzando el desierto de los cansancios, las crisis y las ‘noches oscuras’. Sólo quien es capaz de caminar en la oscuridad alcanza la luz. Una familia cristiana que lo es de verdad, vive a contracorriente y no puede aspirar a una vida cómoda y sin tensiones. Necesitamos familias católicas que, luchando con la confianza puesta en Dios, se sientan invencibles. Unas familias así son, en un mundo que se precia de no creer en Dios ni el amor limpio y sacrificado, una ‘teofanía’, una manifestación de Dios, de su amor fiel y lleno de ternura.

Nada de intentar justificarse diciendo: ‘nosotros no podemos’ cuando en realidad lo que sucede es que no queremos. No estamos para blandenguerías, anemias espirituales y miedos paralizantes. Despierten las familias dormidas, levántense las abatidas, acompañemos a las que flaquean, animemos a las que se vienen abajo. Todos somos débiles, pero no estamos llamados al conformismo, a la mediocridad, a seguir durmiendo mientras el mundo arde en las llamas del consumismo, de la superficialidad y del sálvese quien pueda. Necesitamos familias que viven un cristianismo arriesgado, alegre y comunitario.
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Nota Editorial:

Agradecemos sinceramente a Mons. Manuel Sánchez Monge esta colaboración con el boletín de Familias Invencibles. Gracias por sus palabras y su cariño.

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