Nos ponemos en camino de ser, como el Apóstol, amigos y testigos del Señor. “Construir la ciudad de Dios en medio dela ciudad de los hombres” (S. Agustín).
Ser amigos del Señor conlleva cercanía, trato personal e íntimo y seguimiento. Esta amistad no fue fácil para los apóstoles. Tampoco lo es para nosotros, y nos pasa como les pasó a ellos: “Tanto tiempo llevo con vosotros y todavía no me conocéis”. La amistad con el Señor exige conocerlo e imitarlo.
Somos peregrinos, no sólo caminantes. El peregrino camina por un camino que tiene meta. Es necesario tener pasión por conocer a Cristo, que no es un ideólogo: es una persona para nosotros. Por nosotros nació, murió y resucitó. A Cristo se le conoce a través de su Palabra, del testimonio de sus amigos y del Magisterio de la Iglesia.
Ser amigos del Señor conlleva cercanía, trato personal e íntimo y seguimiento. Esta amistad no fue fácil para los apóstoles. Tampoco lo es para nosotros, y nos pasa como les pasó a ellos: “Tanto tiempo llevo con vosotros y todavía no me conocéis”. La amistad con el Señor exige conocerlo e imitarlo.
Somos peregrinos, no sólo caminantes. El peregrino camina por un camino que tiene meta. Es necesario tener pasión por conocer a Cristo, que no es un ideólogo: es una persona para nosotros. Por nosotros nació, murió y resucitó. A Cristo se le conoce a través de su Palabra, del testimonio de sus amigos y del Magisterio de la Iglesia.
La amistad culmina con la imitación hasta el punto central que es la cruz. La aceptación de la cruz es la prueba del nueve para saber el grado de amistad que vivimos con el Señor. Como S. Pablo, me esfuerzo por conquistarle porque yo soy conquistado por Él. Este seguimiento hasta la cruz exige un esfuerzo. “Aquél que te creó sin ti, no te salvará si ti” (S. Agustín).
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