28.5.10

Mi nuevo Pentecostés

Ayer, 19 de mayo, a última hora de la tarde, operaron a mi padre de un tumor en el “Sanatorio Modelo” de A Coruña. Pasó esta noche en la UCI. Hoy me levanté a las siete y diez; después de hacer un rato de oración, asearme y desayunar, salí de Moaña en la Alhambra, dispuesto a estar todo el día junto a él.
Lo más probable era que hasta las doce no lo subiesen a la habitación, así que iba con tiempo de sobra. A las nueve y cuarto estaba en la vía rápida, cantando “¡Ven, Espíritu Divino, manda tu luz…!”. Pasada la ría de Pontevedra, puse la Radio Galega: situación límite por la huelga de recogida de basuras en Santiago. Y, de repente, se me ocurrió: puedo parar en Santiago (a medio camino entre mi casa y A Coruña) e ir a la Catedral; seguro que mi padre habrá querido confesar y comulgar antes de entrar al quirófano; quizá no haya podido hacerlo, pero yo, que puedo, voy a hacerlo ahora.
Dejé el coche en Juan XXIII y caminé a paso rápido hacia la Catedral. Eran las diez. Empezaba la Eucaristía. Presidía D. Elisardo, un joven canónigo. En un confesionario había luz. Un sacerdote mayor. Me confesé con un corazón contricto y humillado. “¿Va usted a misa todos los Domingos? ¡Rece tres avemarías!” Salí del confesionario y me senté en el centro de un banco, uno de los últimos de la nave central. Escuché la Palabra. Luego, un grupo farmacéutico hizo la invocación… y el celebrante la respuesta.
Hasta que, en el Santo, llegaron ellos. Eran unos veinte, entre los dieciocho y los cuarenta años. Hombres y mujeres. Llamados por nuestra moderna cultura del bienestar “deficientes psíquicos”. Llenaron los dos bancos delante de mí, los dos detrás de mí, un chico a mi derecha y otros dos a mi izquierda. El Santo ni siquiera fue cantado; pero no ha habido en mis treinta y cinco años de celebraciones eucarísticas -muchas de ellas sumamente ungidas y carismáticas- una cosa igual: allí estaban, verdaderamente, los ángeles y los santos ¡todos! Comenzaba “mi” Pentecostés... Una sorpresiva y desconcertante efusión del Espíritu, tres días antes de lo estipulado. El Espíritu Santo, que bajó sobre el pan y el vino, bajó también sobre aquellos tres bancos de deficientes y nos hizo clamar Abbá. Se oyó una voz del Cielo: “Tú eres mi hijo, mi amado, mi predilecto”. Y una certeza compartida: Ahora somos hijos de Dios… y aún no se ha manifestado lo que seremos. Lo veremos tal cual es. Seremos semejantes a Él.
Un día -en otra primavera, el siglo pasado- su Amor me había quemado en lo profundo de mi ser: Nadie te quiere como Él. Hoy, el Cielo entero -su Misericordia- ha caído sobre mí, en medio de mis hermanos. Anormales; eso es lo que soy también yo ahora. He contraído el virus: “Este Espíritu, consuelo de peregrinos, viene al alma como una fuente en la que éste se sumerge; por el ímpetu del amor, con el sello de la sangre del Verbo, este divino Espíritu viene a descansar en las criaturas, en nosotros” (Sta. Mª Magdalena de Pazzi).
¿Os imagináis el momento de la Paz? Unos metros más atrás, otras piedras vivas a punto estaban de saltarse los andamios y bajar del Pórtico para celebrar con nosotros la gloria de Dios: el hombre vivo. Y Él se acercó, resucitado, y entró en comunión con nosotros, en su Cuerpo y su Sangre: “He venido para que tengáis vida, vida en abundancia”.

Llegué al “Modelo” junto a mi padre. En seguida lo pasaron de la UCI a la habitación. Lo primero que me dijo fue:
- Javier, avisa a D. Abilio. Ayer, cuando vino a confesarme y darme la comunión, ya me habían bajado al quirófano. Quiero que venga ahora.

¡Ahora! ¡Es el tiempo! ¡Tiempo de gracia y salvación!
El Espíritu y la Esposa dicen ¡ven! Tú, que oyes, di ¡ven!
¡¡¡Ven, Espíritu Santo!!!
Compostela, XX-V-MMX

No hay comentarios: