En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán.
Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad.
Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación.
Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.
Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre."
Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad.
Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación.
Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.
Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre."
Primer Domingo de Adviento - Lc 21, 25-28. 34-36
Estamos ante las últimas palabras de Jesús en Jerusalén antes de las de la última cena y de su pasión. Son palabras que nos hablan del final de los tiempos y de la segunda venida de Jesús como Señor de la historia y de la creación. Jesús aquí se identifica con una figura del Antiguo Testamento que encontramos en el libro de Daniel 7,13-14: el “Hijo del hombre”. Significa simplemente “ser humano”, pero en el contexto de la visión de Daniel, se trata de una figura que viene sobre las nubes del cielo habiendo superado misteriosamente la condición humana, y al que se le otorga dominio sobre los pueblos y un reino que no tendrá fin, y que representa además en sentido colectivo a todos los santos que han luchado en la historia contra el mal.
Vamos a meditar lo que Jesús nos pide: “estad siempre despiertos…manteneros en pie ante el Hijo del hombre”. En Getsemaní, en la hora de la angustia de Jesús, pide a Pedro, Santiago y Juan: “Levantaos y orad, para que no caigáis en tentación” (22,46). ¿Cómo podemos nosotros estar vigilantes y preparados hoy, sin que el mundo y sus afanes nos pierda? Nuestra lámpara encendida es la palabra de Dios que nos ilumina en nuestro camino: “Tu palabra es lámpara para mis pasos, luz en mi senda” (Salmo 119,105).
Acompañados por la Palabra de Dios este tiempo de Adviento se convierte para nosotros en un tiempo de esperanza, de espera alegre. Un tiempo en el que se escuchamos a través de la liturgia el grito de la Iglesia que como esposa grita desde el Espíritu: “Ven Señor Jesús. Marana tha!” (Ap 22,17). Y en la Iglesia escuchamos la voz del Esposo que nos dice: “Sí, vengo pronto” (Ap 22,20).
Os propongo como oración esta antigua plegaria de la tarde dirigida a Jesucristo, y conocida como phos ilarón (luz gozosa):
“Luz gozosa de la santa gloria del Padre, inmortal, celeste, santo feliz, Oh Jesucristo.
Llegados a la caída del sol, viendo la luz vespertina, celebramos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Tú eres digno siempre de ser celebrado con nuestras voces, Hijo de Dios que das la vida.
Por eso, el cosmos entero te glorifica”.
Llegados a la caída del sol, viendo la luz vespertina, celebramos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Tú eres digno siempre de ser celebrado con nuestras voces, Hijo de Dios que das la vida.
Por eso, el cosmos entero te glorifica”.
Contemplamos a Jesús como Señor de la historia, él es quien tendrá la última palabra, no el mal ni la injusticia. Por eso, le esperamos a él, con la actitud que nos recuerda San Pablo en la carta a los Romanos 15,4-5: “Lo que se escribió fue para nuestra sabiduría, para que por la paciencia y el consuelo que proporciona la Escritura tengamos esperanza. Dios, por su parte, de quien proceden la perseverancia y el consuelo, os conceda vivir concordes al ejemplo de Cristo Jesús...”.
P. Cristóbal Sevilla
No hay comentarios:
Publicar un comentario